CUATRO CRIMENES SIN CULPABLE
Tras una reja de fierro forjado, abriéndose espacio entre las telarañas, es posible divisar al interior seis lápidas blancas, todas con data de muerte anterior al terremoto de 1939. Llama la atención que en dos de ellas estén inscritos sendos nombres: Delfina y Margarita, en una, María y Raquel, en la otra.
Aunque el mausoleo fue construido en 1905, la sepultura de las niñas corresponde a una misma fecha de deceso: 10 de mayo de 1922. Esta es la historia de las cuatro hermanas Ramírez Prunes, asesinadas por su propio padre, Francisco Ramírez Ham.
El mito se ha encargado de sazonar esta historia. Aunque algo tienen de cierto estos rumores, el siguiente relato refiere hechos documentados directamente por nuestro medio en el Archivo Judicial, Registro Civil, prensa de la época e información recabada en el Cementerio General de Santiago.

La tragedia de ayer conmueve profundamente a la ciudad, titulaba el diario La Discusión el jueves 11 de mayo de 1922. No era para menos la conmoción, ya que al crimen se sumaba que el hechor era el reconocido hombre de negocios y exdiputado Francisco Ramírez Ham, electo en el periodo 1912-1915 desde las filas del Partido Liberal.
Nacido el 4 de junio de 1882, a punto de cumplir 40 años al momento del crimen, heredó la cuantiosa fortuna de su padre, el comerciante Isaías Francisco Ramírez (1852-1910), quien estuvo vinculado obras de beneficencia. Una calle lleva su nombre en Chillán (actualmente en controversia).

Gracias a su propio mérito y trabajo, el hijo incrementó sus bienes y llegó a convertirse en uno de los hombres más acaudalados de Chillán.
Sin embargo, los desaciertos empezaron a sucederse y vio la ruina financiera en su horizonte cercano, al punto de tener que vender algunas de sus propiedades más preciadas, como el molino San Pedro, donde él residía (camino al Cementerio Viejo o Parroquial, cerca del actual Consultorio Violeta Parra) y el molino Wicker (en Avenida Collín). Hay que precisar que Ramírez no pretendía eludir sus deudas y estaba en conversaciones con sus acreedores para encontrar un acuerdo justo.

En un extenso reportaje publicado hace casi cien años, La Discusión ofrece antecedentes esclarecedores sobre el implicado, su vida y la cronología de lo sucedido aquella tarde. Cerca del mediodía, Ramírez pidió a su chofer que lo trasladara hasta el río Ñuble, junto a sus hijas Margarita y Delfina, gemelas de 10 años, María, de 7 y Raquel, de 5. Las niñas estaban a su cuidado, ya que cinco años antes había fallecido la madre, Margarita Prunes (1885-1917), según se logra leer en una lápida del mausoleo.
Cuando llegaron a su destino, Ramírez solicitó al chofer esperarlos mientras paseaban, desde ahí se les perdió la huella.

Según consta en el acta de proceso: “una vez en la orilla del río entusiasmó a sus hijitas con la idea de bañarse junto con él. Les hizo quitarse sus abrigos y sus zapatos, y estando a la orilla del río las empujó hacia el agua haciendo que las llevase la corriente; que él enseguida continuó con ellas dentro del río hasta que las vio desaparecer y después salió a la orilla y con una navaja de barba que había llevado se dio un corte en el brazo izquierdo a fin de causarse la muerte cortándose las arterias y que hecho esto perdió el conocimiento”. Así fue encontrado a orillas del río, mojado y sangrando profusamente, entonces fue enviado de inmediato al hospital (hoy Liceo Industrial), específicamente a la habitación número 4 del pensionado. En tanto, los cuerpos inertes de María y Raquel aparecieron horas después y, tras cuatro días, Margarita y Delfina.
En su declaración Ramírez sostiene que había tomado esta drástica determinación solo unos días antes de los hechos, convencido de que no había otro camino para salvarlas de la miseria.

El 20 de septiembre de 1922 lo trasladan desde la cárcel (mismo emplazamiento actual) hasta el hospital, con el fin de someterlo a peritajes siquiátricos. El informe presentado al juzgado el 10 de marzo de 1923, elaborado por los médicos Exequiel Rodríguez y José María Sepúlveda Bustos, concluyó: “ha sido un acto perfectamente caracterizado de perturbación mental, la que hemos descrito y definido con el nombre de locura melancólica afectivo delirante”, y agregan: “no ha tenido inteligencia ni libertad en la ejecución del homicidio”. Este diagnóstico y su irreprochable conducta anterior lo eximieron de toda responsabilidad criminal y se dictaminó enviarlo a la Casa de Orates, en Santiago. Consultado, el siquiatra Rodrigo Arrau, nos aclara que el diagnóstico correspondería hoy a una depresión severa sicótica, curable con un tratamiento adecuado.
Ramirez Ham no estuvo ni un día en la cárcel, en cambio rehízo su vida en Santiago y contrajo matrimonio en 1930. Según el Registro Civil, vivió en Las Condes, tuvo un empleo y recibió una jubilación. Murió por causa de una bronconeumonia, el 1 de febrero de 1967, a los 84 años, y sus restos yacen en el Cementerio General de Santiago.
Fuente. Este reportaje fue escrito por las periodistas Úrsula Villavicencio y Marcia Castellano, para revista Vitrina Urbana, publicada en versión papel el 14 de junio de 2014, en Chillán, Chile.
