Recuerdo que hacía mucho calor porque fue en pleno verano, pero no sé cómo llegamos ahí. Me explico: sí sé cómo, pero no me acuerdo con total precisión cómo obtuvimos la autorización para entrar.
Por aquella época –no sé si ahora es diferente– el único acceso oficial al pueblo llamado La Noria era pasando por un puesto de seguridad, ya que el lugar pertenecía a una empresa privada, creo que de yodo o desalinizadora. Días previos enviamos un correo electrónico y finalmente nos autorizaron a ingresar en fecha y hora exacta, el 14 de febrero de 2016.

No sabíamos a lo que íbamos. Solo fuimos motivados por conocer un lugar histórico antes de que el viento y el polvo se llevaran lo poco que quedaba en pie. El encargado nos solicitó estacionar en el acceso y nos indicó hacia dónde dirigirnos: cruzar el desierto y luego a la derecha, hacia más desierto. Quizá caminamos 1 hora o menos o más, ya no sé, pero hacía muchísimo calor, de eso sí me acuerdo bien.
Del pueblo quedan algunos muros y si uno es miedoso podría imaginarse cosas. Afortunadamente no pudimos prestarle atención a los fantasmas y otros entes del inframundo, pues estábamos más concentrados en caminar rápido para sobrevivir.
Al llegar hay una reja, que parece que siempre está abierta. Me sentí bienvenida, como cuando visitas a esos abuelitos que nunca reciben a nadie en su casa y se emocionan al verte. No sentí miedo – soy muy poco miedosa de estas cosas -, sino angustia por tanto abandono. Me da tristeza la soledad y todo lo que la evoque. Probablemente estas personas que ahí yacen fueron olvidadas por las siguientes generaciones. Lamenté que algunas tumbas estuviesen profanadas, pero no culpo a nadie, porque de verdad creo que acá hubo principalmente acción de la naturaleza, viento, desierto, frío y calor, incluso animales silvestres. O todo junto.
La Noria nos recuerda el pasado salitrero de Chile y el sudor y sangre que las familias pobres dejaron para ganarse el pan.


“Aquí yacen los restos mortales del que fue Benito Anze e hija, natural de Bolivia. Falleció el 22 de febrero de 1884 a la edad de 25 años. Este recuerdo lo dedica su afligida esposa y tierna madre María Lozada”.












